sábado, 19 de marzo de 2011

Medio siglo llevando turistas por el estero, truismo

Trabajo. Ismael Zuluaga es propietario de 12 botes,
varios de los cuales heredó de su progenitor junto
con el negocio.
Una familia maneja el negocio de los paseos en bote desde que el agua era cristalina

Los Zuluaga llevan 3 generaciones en esta actividad. La posta fue de padre a hijo y, ahora, de hijo a nieto


Dana García, Lorena Alonso, Alyson Peñafiel y Nelly Costelo llegaron al malecón del Salado aprovechando el feriado de carnaval. Son primas, viven en Manta y estuvieron en Guayaquil en casa de unos familiares. Durante su estadía decidieron recorrer la zona regenerada del estero Salado desde el puente 5 de Junio hasta el puente del Velero.

Durante el paseo algo llamó su atención: un muelle de madera junto al patio de comidas. Al final de la estructura había 17 botes, que eran abordados por los turistas, quienes salían a dar una vuelta por el estero. A un costado, un hombre de cabello encanecido y mirada afable estaba pendiente de todo: la atención a los clientes, el uso obligatorio de los chalecos salvavidas, la disponibilidad de las embarcaciones.

Era Ismael Zuluaga, de 65 años, administrador del negocio de los botes. El hombre les dio la bienvenida a las jóvenes, quienes decidieron alquilar una de las embarcaciones y disfrutar de un paseo de 45 minutos acompañadas por un remero. Así se unieron a una tradición guayaquileña como es los recorridos en bote por este punto del estero Salado.

Ismael vive en el Suburbio y es uno de los encargados de perpetuar la costumbre, la cual data de los años 40, cuando el agua del estero era cristalina y la comunidad utilizaba este brazo de mar como balneario. En ese entonces era Pedro Zuluaga, padre del hombre, el encargado del negocio.

Flipper 8. Ismael (sentado en la borda) labora con los botes
desde mucho antes de que esta zona del estero fuera regenerada.
Junto al puente 5 de Junio había un parque, en el que funcionaban los botes. “Ahí comenzaron mi papá y mis hermanos mayores. En esa época había otras personas con embarcaciones, pero como todos eran amigos decidieron dejarle el negocio a mi padre”, relata Ismael, cuyo progenitor construía los botes para trabajarlos, y también por encargo de diferentes empresas.
Según él, “los fabricaba de madera, a orillas del estero. Luego, cuando comenzaron a urbanizar la zona, se pasó al Guasmo Norte. Éramos tres hermanos, aunque al momento solo quedamos dos”.

Con los años, Pedro Zuluaga fue aumentando el número de embarcaciones a su servicio. Pero el tiempo también trajo consigo la contaminación del estero, la construcción de casas en las orillas y el crecimiento de manglares en las riberas. “Ahora las personas ya no se bañan en el agua, solo vienen a pasear en bote”, señala Ismael, quien quedó a cargo del negocio cuando su padre se retiró. Actualmente lo maneja con la ayuda de su hijo, un sobrino y unos primos. “Ellos son la tercera generación”.

Doce embarcaciones son suyas, entre ellas Bibi, Bibay, Maru, Vicky, Star, Delfín 2 y 3, Cairo, Jhonny, Bismark y Titanic, del cual Ismael dice sonriendo que “este no se hunde”. Las cinco restantes (Hombres de Valor, Virginia Forever, Daniel el Travieso, Andy y Pedrito) pertenecen a un pariente.

De aquellos pioneros de los paseos en botes, ninguno sobrevive. El tiempo se los ha ido llevando, aunque su legado los mantiene vivos en la memoria de quienes pudieron ver el estero como sitio de reunión familiar. “Antes se hacían competencias, regatas, intercolegiales de remos. Había una playa artificial”, dice Ismael Zuluaga.

En 2004 fue construido el malecón del Salado y el Municipio les permitió seguir con el negocio en el muelle situado junto al puente del Velero. Aquí llegan turistas nacionales y extranjeros para alquilar un bote por 3 dólares los 45 minutos. Cada embarcación tiene capacidad para seis personas. Por $ 1,50 adicional el visitante puede contratar un remero.

También hay lanchas turísticas, que pueden llevar hasta 22 personas. El viaje dura 45 minutos y cuesta $ 3,50 adultos y $ 3 niños y tercera edad.

José Chalén tiene más de 25 años como remero. Maneja a
la perfección la técnica y conoce los secretos de la zona.
Para los botes hay seis remeros los sábados, domingos y feriados, que es cuando asiste más gente. Uno de ellos, José Chalén, de 63 años, es guía turístico y mientras impulsa con habilidad una de las embarcaciones, relata a los pasajeros secretos del estero.

Lleva más de 25 años en esta actividad, así que conoce a la perfección todo lo que oculta este ramal de agua, que puede alcanzar 7 metros de profundidad. “Aquí todavía la gente pesca y coge cangrejos”, cuenta este hombre parlanchín y jovial, quien llega los fines de semana desde El Recreo, en Durán, para ganarse unos dólares.

“Hay personas que les gusta ir hasta el puente 5 de Junio o la Universidad Guayaquil. A otras les gusta el Club Náutico. También hay gente que viene a menudo y contrata paseos de una hora y media, para relajarse y disfrutar de la tranquilidad del estero”, cuenta Chalén.

Por ahora la familia Zuluaga continuará en el negocio. Así, los turistas seguirán navegando por estas aguas que son parte de la historia de Guayaquil.
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