Hasta los años sesenta fue el lugar obligado de visita y esparcimiento de los guayaquileños.
El Municipio trabaja en su recuperación. Sus cristalinas aguas inspiraban a poetas y artistas
El Municipio trabaja en su recuperación. Sus cristalinas aguas inspiraban a poetas y artistas
El pasado y el presente de Guayaquil está ligado al estero Salado y a sus cálidas aguas, fuente de inspiración para poetas y artistas.
"Ciudad cosmopolita hogar fecundo/ entre dos aguas marcos de tu casa/ del Guayas eres tú dándote al mundo/ y el mundo es el Salado que te abraza", reza la estrofa de uno de los múltiples poemas (el mencionado es de Pablo Hanníbal Vela), inspirado en Guayaquil y su estero; y que el compositor y cantante guayaquileño Carlos Rubira Infante musicalizó en honor a la tierra que lo vio nacer.
A sus 89 años de edad, el tiempo no ha borrado su memoria y aún recuerda aquellos días cuando junto a Olimpo Cárdenas cantaba al pie del brazo de mar y bajo la fresca brisa del Salado en el emblemático American Park, inaugurado en 1918.
Ese desaparecido parque de diversiones, donde ahora se levanta la plaza Rodolfo Baquerizo Moreno (en honor a su fundador), fue escenario de los más importantes eventos sociales de la urbe porteña.
Su relevancia se remonta a la época de la República, a inicios del siglo pasado, después de la Primera Guerra Mundial, cuando se proyectaba como el sitio de visita obligado de los guayaquileños.
En ese tiempo, Guayaquil limitaba al norte con el cerro Santa Ana, al sur con el Camal Municipal, al este con el río Guayas y al oeste con el estero Salado. Y su población no superaba los 300.000 habitantes.
Como sitio de diversiones, lo primero que entró en servicio fue un bañadero llamado piscina por su pequeño tamaño (54 metros).
Estaba rodeada por tablones de mangle que, además de permitir la entrada y salida del agua, protegían a los bañistas de los tiburones del Golfo de Guayaquil, que eran frecuentemente avistados por los visitantes, según relata el historiador José Gómez Iturralde.
Paralelamente se habilitaron los espacios para los juegos de diversiones: rueda moscovita, el martillo eléctrico, góndolas voladoras, trampolines y toboganes.
Por sus diversas opciones de esparcimiento era el sitio preferido de los jóvenes. Durante el día se reunían para demostrar sus dotes de nadadores y pescadores; y en las noches dominicales, para exponer sus capacidades para el baile y el romance, mediante los paseos en bote y las caminatas.
Pero lo que hoy conocemos como Malecón del Salado en los primeros años del siglo anterior se denominaba El Corte. "Sus aguas eran tan limpias que los enfermos acostumbraban a tomar baños curativos", relata Jorge Martillo en una de sus crónicas.
"Se veían las piedras y las piernas", recuerda don Carlos Rubira, quien además acudía al estero a pescar y a nadar, tal como lo hacían todos los jóvenes de la época, especialmente los estudiantes del Vicente Rocafuerte y de la Universidad de Guayaquil.
Recuerda además que el balneario estaba dividido en dos secciones: del puente a la izquierda para las mujeres y a la derecha para los hombres. A esa regla antecedió una más desfasada para esta época. En 1866, Belisario González, uno de los propietarios del centro de diversiones, reglamentó el uso de pantalón y cotona como la vestimenta adecuada para tomar el baño, detalla Gómez Iturralde.
Como en este tiempo esas disposiciones eran de lo más comunes, la cantidad de bañistas era enorme y para saciar el hambre de los visitantes sobre la orilla se vendía café con leche, tostadas, chocolate, sándwiches de jamón o queso.
En ese mismo escenario, en la concha acústica "Music Shell", inaugurada en 1930, se presentaron artistas como Libertad Lamarque, Mapy Cortés, Leo Marini, Hugo Romani, Olga Guillot; y los nacionales Walter Cavero, las hermanas Mendoza Sangurima. También conjuntos y orquestas, entre ellas Blacio Jr., Tropical Boys y Cotton Club-Cumparsita.
Años más tarde, en la década de 1950 se construyó una pista de bolos y otra de baile. En ese escenario, los visitantes bohemios, entre ellos Julio Jaramillo, "mataban" la noche en el bar "El Trocadero" o El Barquito, al pie del puente 5 de Junio.
Con el tiempo, en lo que ahora es la Ciudadela Ferroviaria, se habilitó un campo deportivo. Se construyó una cancha de fútbol y dentro del perímetro un diamante para jugar béisbol. Posteriormente ese espacio se usó como cuadrilátero para combates de boxeo y una plaza de toros cuadrada.
"Un empresario organizó un combate entre un toro y un jaguar, que al momento del enfrentamiento huyeron despavoridos, provocando la pifia del público", recoge Gómez Iturralde en sus crónicas.
Por esa misma época eran muy famosas las apuestas en las competencias náuticas (cruzar el estero de orilla a orilla) y los chapuzones desde el puente 5 de Junio (construido de cemento en los años treinta). Esa fue otra de las pasiones de Don Carlos Rubira Infante en sus años mozos.
Contaminación y regeneración
El tiempo siguió su marcha y las cristalinas aguas del estero sucumbieron ante el desarrollo industrial y poblacional de Guayaquil. "Las fábricas no tienen dónde desfogar y lanzan sus aguas residuales al sistema de alcantarillado pluvial", explica el consultor medioambiental, Jorge Cevallos.
Por desconocimiento o falta de conciencia ambiental la contaminación deterioró el estero y la única medida ahora es "evitar que las aguas contaminantes lleguen al Malecón", acota.
El Cabildo asumió el reto de devolverle la vida y comenzó por la regeneración del Malecón, que abarca desde la Universidad de Guayaquil hasta el puente de El Velero, el Parque Lineal y el Malecón del Suburbio.
Esa iniciativa, que vino después de cuarenta años de abandono, le permite a Maruja Riofrío recordar los días en que, junto a su esposo, José Mendoza, navegaba en bote, a cambio de un sucre, por las cálidas aguas del estero Salado.
Fuente:La noticia al instante
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