martes, 29 de noviembre de 2011

Su casita de cemento se les cayó al estero

De los siete ocupantes de la vivienda, solo estaba Marcos Victorino, quien quedó atrapado bajo las paredes, pero salió ileso
Foto: Santiago Arcos
Habitantes y vecinos de la vivienda que cayó al río intentaron
salvar algunos enseres. Moradores están preocupados.
Karla Naranjo / Guayaquil
Todo quedó flotando en las aguas del estero Salado, a la altura de las calles 40 y Argentina,  en el suburbio de Guayaquil. Una pequeña vivienda de cemento, construida hace 35 años, colapsó en tan solo unos minutos.

Eran las 23:15 del último domingo, cuando Marcos Victorino se disponía a descansar solo, pues sus familiares habían ido a una fiesta en casa de otros parientes donde iban a dormir.

De repente sintió una fuerte vibración por la que se levantó de su cama, ya que presentía que algo malo pasaría. Pese a su rápida reacción las paredes y el techo empezaron a caerse, dejándolo atrapado en la orilla del estero.

“Quedé bajo todos los escombros, un ladrillo me cayó en la cabeza, pero mis vecinos me ayudaron a salir. Gracias a Dios mis dos sobrinas pequeñas no se encontraban en casa porque a lo mejor estarían muertas”, relató Victorino, aún nervioso. Agregó que agentes del orden llegaron y le ayudaron a salvar unos pocos enseres. “El televisor lo cogieron cuando ya se lo llevaba la corriente. Como siempre hubo personas que se quisieron aprovechar de la desgracia e intentaron robarse las cosas, pero la Policía lo evitó”, continuó el afectado.

Victorino comentó que son muy pobres y que la desgracia ahora los dejó en la calle. “Soy comerciante. Compro productos en el mercado de la A para venderlos en las calles. Solo tenía 30 dólares en mi cuarto y también se fueron flotando”, acotó, mientras sostenía las radiografías que le practicaron en el hospital Guayaquil. Las noticias fueron buenas, ya que no sufrió ninguna fractura, solo golpes.

“No pude dormir del dolor. En un colchón pasé toda la noche con ropa que me prestaron los vecinos, pues la mía estaba completamente mojada”, manifestó Victorino.

Otra de las perjudicadas fue Daysi Cajua, hermana de Marcos y madre de las dos únicas niñas que habitaban en la vivienda. Sorprendida por ‘el actuar de Dios’, agradeció que justamente esa noche decidieran quedarse donde una de sus parientes.

Lo que le preocupa ahora es que sus niñas no tienen uniformes ni útiles escolares para retornar a la escuela, donde cursan los primeros años de educación básica.

Carmita Cajua, hermana de Daysi, también resultó afectadas. Ella tiene una hija de 18 años en la que encontró consuelo, pues permaneció a su lado desde el momento en que se enteró de la noticia. Carmen y su esposo se dedican a vender refrescos cada uno en una carretilla. Una de éstas quedó bajo la vivienda y ayer, aproximadamente a las 11:30, cuando bajó la marea, (24 horas después de incidente), lograron sacarla intacta.
Casas cuarteadas
Aparte del inmueble que quedó flotando, tres casas más corren el riesgo de caer. Las paredes cuarteadas y grietas entre los ladrillos se convirtieron en una gran preocupación para los ocupantes de las casas contiguas. En una de ellas viven 15 personas -7 niños y 8 adultos- y ahora la jefa del hogar, América Lindao, aseguró que no podrá descansar tranquila.

Los habitantes indicaron que en estos días deben desalojar las casas por ordenanza municipal; sin embargo, manifestaron que eso es casi imposible, ya que no tienen dónde ir. “Nos dicen que alquilemos cuartos a 100 dólares, pero no encontramos un lugar con un alquiler tan barato”, sostuvo Lindao.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Flora, fauna y pobreza


Los estudiantes de la Universidad Casa Grande iniciaron
el recorrido en la cooperativa Madrigal de la isla
Trinitaria, donde se encuentra el muelle de Isla Tour.
 El paisaje de Guayaquil está marcado por la presencia del agua, que lo envuelve desde todos los puntos cardinales. Hace poco más de un año es posible apreciar buena parte del entorno de esas orillas, con todos sus contrastes, en un mismo tour que pocos conocen.

En la esquina de José Robles Carrión y la vía Perimetral (Almacenes Jaher de la isla Trinitaria), luego de avanzar unas 10 manzanas hasta la coop. Madrigal, se ubica el muelle de la microempresa de turismo comunitario Isla Tour, el primero que permite conocer el manglar y varios esteros, los que un equipo de este Diario recorrió.

En el sitio se observan pasajeros que ocupan las lanchas para cruzar el estero Mogollón ($ 0,25) hasta la 25 y la P (suburbio), en un servicio de transporte fluvial que según la administradora, Angélica Godoy, esperan complementar con el turístico.

Godoy cuenta que tras 25 años laborando con balsas y remos, estos fueron reemplazados el año pasado por chalecos salvavidas y lanchas de fibra de vidrio a motor, ya que los 22 miembros de la comunidad recibieron un fondo no reembolsable de 25.000 dólares del MIES, que se complementó con 8.452 dólares que reunieron ellos. Esperan un crédito de 20.000 dólares con el Banco de Fomento, para mejorar utensilios e instalaciones.

 Mientras se bajan las escalinatas para abordar, aparecen jirones de ropa, restos de madera, latas y fundas que a las 13:15 descansan en la orilla, pero al subir la marea volverán a ser arrastrados por las olas. Esto se repite en las áreas habitadas del estero, donde hay palafitos hincados a lo largo de las riberas.

En un tramo un desmoronamiento de tierra sorprende por su violencia, aunque sin arrastrar viviendas a pocos pasos. Mientras que al pasar la Playita del Guasmo toma forma el armazón de una nueva covacha.

“Toda la Trinitaria en 1969 era manglar, pero por los asentamientos se dragó el fondo y con la arena se rellenaron las islas para convertirlas en zonas de casas”, explica la bióloga especialista Nancy Hilgert.

A un costo de $ 5 por pasajero, se puede recorrer el estuario
que circunda Guayaquil. Los guías son pescadores que obtuvieron
unas lanchas de fibras a través del MIES-INFA y actualmente afinan
el servicio turístico.
“En esa época las canoas avanzaban por canales de agua por donde hoy hay calles, en medio había un puente de caña que conectaba casas, después llegó el relleno hidráulico”, contó Godoy, sobre sus primeros recuerdos de niñez en este popular sector suburbano.

El Miduvi reubicaría a 5.000 familias de los esteros hasta el 2013 y construiría parques lineales para impedir más asentamientos, como parte del proyecto Guayaquil ecológico.

Poco a poco la pobreza se va reemplazando por amplio boscaje de mangle rojo, que se caracteriza por estar enraizado en la sedimentación lodosa.

En las orillas del estero Santa Ana, cangrejeros atrapan moluscos como mejillones y ostiones; pescadores esperan con ascética paciencia el paso de un banco de peces; garzas y golondrinas estudian el segundo exacto en que engullirán su botín. Unas de las atracciones del tour son los arenales que se visualizan al bajar la marea, principalmente visitados por quienes realizan faenas en el sector. “Para carnaval esto se llena, vienen desde la Trinitaria y el Guasmo, aquí se disfruta tranquilo”, expresó Pedro Crespín, quien disponía junto a su familia la exclusividad del islote.

Continuando con el recorrido, a unos 400 metros dos barcos remolque se alistan para desplazar una gran embarcación hasta el Puerto Marítimo, lugar en el que gigantescas grúas trasladarán decenas de contenedores a tierra firme.

Antes de llegar a las compuertas de Las Esclusas hay que regresar, ya que la marea es muy baja para pasar hasta la ría del Guayas. Ahora el camino es por el estero del Muerto.

En días pasados un grupo de alumnos de la carrera de marketing de la Universidad Casa Grande presentó recomendaciones para el proyecto con el que desean dar un empuje a Isla Tour, como el rediseño del logo, nueva folletería, brandeo de marca (adhesivos en las lanchas) y entrega de uniformes.

“Parte de nuestra propuesta es que zarpen desde otros lugares como el Club Náutico en la avenida Barcelona, el malecón Simón Bolívar o el del Salado”, cuenta Belén Ampuero, una de las impulsoras del estudio.

El director municipal de Turismo, Joseph Garzozi, indica que pese a desconocer de la iniciativa es fundamental que los representantes de la agrupación se acerquen al Cabildo para recibir asesoría, ya que necesitan una licencia anual, con lo que accederían a capacitación.

El tour cuesta $ 5 por pasajero, aunque se alquila una lancha para 20 personas en $ 60. Puede llegar hasta el malecón Simón Bolívar o al del Salado.
 Fuente: El Universo

domingo, 13 de noviembre de 2011

Medio siglo en bote



Ismael Zuloaga
Ismael Zuloaga El guayaquileño Ismael Zuloaga Melgar es heredero de una tradición que se niega a naufragar en las aguas del Estero Salado. Ahora a sus 65 años, con la piel labrada por el sol y el tiempo, como remando a contracorriente, Ismael Zuloaga recuerda su historia en el estero y los botes.

Todo comenzó a fines de los años cincuenta. Su padre, Pedro Zuloaga, quien era carpintero naval, construyó unos botes para probar cómo le iba en el negocio de alquilarlos. Él en esos tiempos utilizaba las mismas riberas del estero como taller y en un mes construía un bote. Para el armazón empleaba guayacán y guachapelí. Y las duelas –el forro de la embarcación– eran de laurel, una madera suave.

Ismael comenta que ahora la carpintería naval en madera está desapareciendo porque la mayoría de los botes son de fibra.

De las primeras embarcaciones que hizo su padre se encargó su hermano Fénix, luego él que era un muchacho de 15 años. Fue así como alquilar botes se convirtió en una tradición familiar no solo entre los Zuloaga sino también de otras cabezas de familia como los recordados Alfredo Lam, Timoleón López, Heleno Quinde, Alfredo Parrales y don Panchana, quien junto con Pedro y Cecilio Zuloaga, padre y tío de Ismael, lograron formar una flotilla de 70 botes. Todos ellos ya murieron, el último sobreviviente de esa generación dedicada a alquilar botes es Ismael Zuloaga.

Cuando el estero era un balneario

El sábado anterior, en el muelle del Malecón del Salado, Zuloaga rodeado de sus botes coloridos que flotan en esas aguas evocó su juventud de los años sesenta, cuando el estero era el balneario de Guayaquil al que los fines de semana llegaba muchísima gente a bañarse. Durante el invierno, cuando el calor era más asfixiante se bañaban hasta por la noche.

“Hace cincuenta años en el estero se cogían jaibas con gancho, otros venían a pescar con anzuelo porque había la corvina, el pámpano y el bagre. La pesca era en la época del verano”, manifiesta Zuloaga para nuestro asombro.

Con cierta nostalgia recuerda la afición que antes existía por el remo. Para las fiestas octubrinas –hasta los años setenta– se organizaban competencias de remo. Uno de los recorridos era desde la fábrica de San Eduardo hasta el puente Cinco de Junio. Se competía por categorías, individualmente y por equipos de dos personas por bote. Comenta que tal era el auge del deporte que se realizaba un campeonato intercolegial que casi siempre lo ganaba el Vicente Rocafuerte.

Y durante la época de exámenes trimestrales, los estudiantes de los colegios femeninos y masculinos eran los que más frecuentaban el estero. Pero antes de ir a remar dejaban en prenda libros, cuadernos y hasta la cédula estudiantil. En cambio, los fines de semana eran más familiares y también llegaban deportistas que remaban hasta tres horas. En esos años, la costumbre era pasear a puro remo hasta la fábrica San Eduardo, al sur, y hacia Urdesa, al norte.

No olvida que cuando él empezó en el negocio, el alquiler de un bote por una hora costaba dos sucres. En esa época, en la orilla donde se ubicaban los botes –ribera donde actualmente funcionan bares y discotecas– también había puestos que ofrecían comida criolla y hasta alquilaban trajes de baño.

Cuenta que años antes de la regeneración del estero, este quedó abandonado. “Los guayaquileños no venían, la tradición del remo estaba en el olvido, parece que ahora está renaciendo”, dice más esperanzando aún por la reciente inauguración de la Fuente Monumental.

Por el nuevo Malecón del Salado

Los botes se alquilan a $ 3 por 45 minutos.
Tienen capacidad para 6 personas.


Después de atender a un grupo de turistas que esa tarde llega a remar convocados por la fuente ubicada junto al puente Cinco de Junio, Ismael manifiesta que en el 2004 con el nuevo Malecón del Salado, él y sus familiares continuaron con la tradición de los botes de remo por los años que llevan en esa actividad familiar.

Orgulloso manifiesta que los Zuloaga han persistido porque aprendieron a construir y a dar mantenimiento a sus botes, actualmente 17. A más de los tradicionales de madera, hay también botes de fibra que son más livianos y rápidos, preferidos por los jóvenes; en cambio, las personas de más edad y deportistas buscan los de madera y solicitan los remos más pesados para que el ejercicio sea exigente.

Cuenta que los días más concurridos son los fines de semana y feriados. El precio actualmente es $ 3 por 45 minutos, los botes tienen capacidad para seis personas. Si las personas no saben remar, pueden contratar los servicios de un guía remero por $ 1,50 adicionales. El horario de lunes a jueves es de 10:00 a 18:00 y viernes, sábado y domingo hasta las 19:00.

“Venir a remar bote es muy agradable, además saca el estrés, y después la gente se va contenta”, opina Zuloaga. Comenta que a los turistas les gusta remar junto a los manglares para observar las iguanas, los patos cuervos, las garzas, etcétera. “Ahora con la limpieza que se está haciendo parece que los manglares han cogido vida y los animales están regresando”.

¿Qué es para usted el estero?, le pregunto cuando el sol comienza a caer tiñendo de dorado la tarde. Zuloaga piensa un momento y dice: “En el estero he vivido desde hace cincuenta años, ahora es muy bonito y está modernizado, y para mí siempre será la vida, no podría vivir lejos del Salado”.

Guayaquil, la ciudad del río y del estero. Sus orillas y malecones están habitados por historias y personajes que se niegan a naufragar, como Ismael Zuloaga.

Fuente: La Revista de El Universo

sábado, 12 de noviembre de 2011

Viajes con mujeres ‘de remos tomar’

Las socias de Islatour reciben una ganancia de hasta 20 dólares por día

Foto: Karly Torres
Cuando se daña la lancha de motor se utiliza la canoa,
en la cual por más de 30 años se ha trasladado a
miles de personas desde la Isla Trinitaria hasta el Suburbio.
Shirley Cabrera Almeida / Guayaquil
Con sus pies descalzos, Eugenia Sosa no dudó en coger un remo y subirse a la canoa junto con su compañera Delia Solís, de 63 años, para trasladar, vía fluvial, a un grupo de personas desde la cooperativa El Madrigal, en la Isla Trinitaria, hasta el otro lado de la orilla del estero Salado, donde está el Suburbio oeste.

Es que ambas mujeres, quienes tienen una experiencia de más de 20 años en este oficio, se ofrecieron para cruzar a la gente hasta que les cambiaran el motor de la lancha que -según dijeron- lograron comprar con los 28.000 dólares que les donó el Gobierno, a través del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES).

Gracias a este aporte gubernamental, que permitió financiar el 80 por ciento para emprender hace dos años el proyecto Islatour, ahora también se ofrece paseos turísticos por el golfo de Guayaquil.  

Sin embargo, cientos de estudiantes, hombres y mujeres, de diferentes zonas del sur de la urbe utilizan este medio de transporte, ante la ventaja de que la lancha les ahorra casi una hora en relación con el recorrido que realizan las busetas.

Carmen Olivo, moradora de la 24 y la M, a las 08:00, se embarcó sin miedo al bote, para llegar hasta la Isla Trinitaria y de allí salir caminando a la avenida principal para coger un bus que la traslade a su lugar de trabajo.

“Me toca coger dos colectivo, pero la diferencia es que al transportarme en lancha llego a la vía Perimetral en menos de un minuto. Hoy, como está dañada, el recorrido fue de cuatro”, dijo Olivo, quien pagó por el servicio 25 centavos.  

De igual manera, Jéssica González, quien iba apurada para dejar a sus dos hijas, Luna y Yuleska, en la guardería Semillitas, de la 25 y Sedalana, sin temor a caerse se subió a la embarcación que soporta llevar a más de 15 personas.

Esta labor que realizan desde hace más de 30 años, de lunes a domingo, de 05:00 a 23:00, ha permitido que sus 22 socias puedan costear sus gastos, pues la ganancia que reciben cuando se trata de un día bueno es de aproximadamente 20 dólares.

Solís, quien es una de las fundadoras, recordó que antes se cobraba 10 centavos, pero que subió el precio, porque actualmente se ha hecho mejoras en la infraestructura.

Angélica Godoy, representante de Islatour, quien es hija de Carmen Landázuri, otra de las fundadoras, explicó que por el apoyo que recibieron del MIES, les tocó costear el 20% de los 34.000 dólares que costaba implementar Islatour, a través de un préstamo que les otorgó una cooperativa de ahorro y crédito.

Godoy contó que entre las remodelaciones que se hicieron para brindar más comodidad a los usuarios, están la construcción de las escalinatas, un baño, una bodega y un muelle.

 A pesar de ello, Godoy indicó que solicitará otro crédito de 20.000 dólares al Banco de Fomento para dar mantenimiento a las lanchas de motor (pintarlas, cambiarles la tola y poner una cubierta a los lados, para que las personas no se mojen cuando llueva) y ampliar el muelle.  

Carla Escobar, de 22 años, la menor de las socias, contó las bondades que ofrecen en las 2 horas que duran los paseos familiares o entre amigos.

 En un recorrido por el Trinipuerto, Esmeralda Chiquito, Fertisa se pueden apreciar las casas de caña situadas a las orillas del estero Salado. Además, “es la oportunidad para que la ‘pipol’ se bañe en La Playita del Guasmo y vaya al parque acuático Viernes Santo”.

Aunque resaltó como el mayor atractivo turístico a El Arenal, que cuando la marea está baja se hace una isla, la cual queda a una hora y media del punto de partida.

“Aquí las personas también se pueden bañar, coger conchas. También ofrecemos un servicio de gastronomía con encocados, ceviches y parrilladas”, manifestó Escobar, quien dijo que el pasaje para adultos es de $ 5,00 y para niños $ 2,50.

 Apoyo para dar a conocer el servicio
Treinta estudiantes de la carrera de Comunicación Social, con mención en Marketing y Gestión Empresarial de la Universidad Casa Grande, colaboran con esta iniciativa. El objetivo es difundir la oferta turística.

Joaquín Illingworth, alumno del octavo semestre, expresó que como parte del proyecto que deben realizar para poner en práctica lo aprendido en el aula, junto a sus 29 compañeros, tenían la tarea de encontrar un problema social que requiera una estrategia de marketing.

“Es una empresa que necesita darse a conocer y nuestro objetivo es que desarrollen su trabajo más efectivamente por medio de un plan de marketing para que las socias realicen una reestructuración del sistema de negocio. Se relanzará la marca en diciembre con un nuevo logo, se crearán combos para que las familias opten por realizar un paseo con Islatour, y tendrán un nuevo uniforme”, agregó Illingworth.

Manuel Mera, responsable de Inclusión Económica del MIES, sostuvo que el apoyo de la entidad a Islatour se enmarca en la política nacional del fomento de la economía popular y solidaria.

En la zona el Ministerio de Turismo también trabaja en la reforestación del estero Salado. Hasta la fecha se han sembrado 5.000 plantas para recuperar el manglar.