domingo, 2 de junio de 2013

Del “camello” al Salado

Javier Cujilán y sus amigos trabajan haciendo veredas
y bordillos desde hace cinco meses en el suburbio de Guayaquil.
Son las cuatro de la tarde y en Guayaquil los rayos del sol bajan su intensidad, pero en las calles la temperatura es sofocante.

En ese momento la ciudad evidencia un cambio en su ritmo: de una tarde apacible se transforma en un “infierno” en el que abunda el apresuramiento de las personas que salen de sus trabajos por llegar a sus casas, el congestionamiento vehicular, el ensordecedor pito de los carros y el apretujamiento en el transporte público. Todo es un caos.
Entre todos se cuidan, por ese motivo
nunca han sufrido accidentes.

Pero hay un grupo de jóvenes, cerca de catorce, cuyas edades están entre los 16 y 23 años, que “mojan” el estrés diario con diversión. Trabajan en albañilería y conocen una fórmula efectiva para refrescar su vida invirtiendo solo 50 centavos.

Dejan de lado las palas y el cemento y desde su barrio en la 17 y la J (suburbio) toman la línea de bus 36 y se dirigen hasta el puente de la calle 17, donde realizan temerarias acrobacias y se sumergen en las frescas aguas del estero Salado.

Ejecutan sin temor alguno clavados y volteretas dignas de admiración. Aseguran sentir la adrenalina recorrer por sus cuerpos al caer.

De esta manera se distraen sanamente “y sin hacerle daño a nadie”, asegura Javier Cujilán, de 23 años, uno de los integrantes de este intrépido grupo.
No hay quién se quede sin pegarse una buena
zambullida desde el puente de la 17.

Los habitantes están acostumbrados a verlos, “vienen dos o tres veces al mes a tirarse desde el puente, los chicos son sanos y la verdad no se meten con nadie”, comentó un morador.

Hora y media, aproximadamente, dura el chapuzón. Esta rutina es como un premio a su esfuerzo diario, lo hacen hasta que el sol muere y la temperatura del agua baja hasta ponerse fría.

Y para calmar el apetito luego del “piscinazo”, los muchachos le hacen a la tripita o al pan con cola, cuando hay billete, de lo contrario regresan a sus casas con las ganas de repetir la desafiante aventura en el Salado.
Ejecutan todo tipo de piruetas
mientras caen al estero Salado.
Fotos y texto: Pedro Freire, Guayaquil



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